El origen de la tristeza es el mapa moral de un paisaje tallado a golpes de realidad inclemente, de un territorio severamente humano que adquiere (por ello) dimensiones míticas. Y es también la estampa de un recuerdo que Pablo Ramos logra dibujar con tres lápices bien afilados: la escritura exacta, el humor inmisericorde y la mirada piadosa. Gabriel se aleja bruscamente de la infancia cuando los viejos perfiles de su barrio empiezan a desvanecerse y las aguas corruptas del arroyo Sarandí despiden llamas literales. Tiene un maestro que duerme en el cementerio, donde las tumbas imparten lecciones sobre la vida. Juega con una barra de pibes, pero allí ese juego es además una partida contra la muerte. Gabriel conquista la precaria madurez que se le ha otorgado entre raíles, pesadumbres, garrafas de vino, tierras baldías, aventuras insensatas, amigos rotos e inquebrantables y colectas que pagan el descubrimiento de la carne. No será el único descubrimiento.