Julián Bellón, a los 40 años, vuelve a Córdoba por la muerte de su padre. Esa pérdida le arrastrará a su infancia, a su barrio, a los bares y a las personas que le vieron crecer, el último paraje de felicidad blindado antes de que su vida se torciera y cayera en un espiral de autodestrucción. El niño que se puso de portero aún soñando con marcar un gol, el joven que más tarde fue guardameta profesional, hoy es un hombre roto y acorralado por sus recuerdos. ¿Hay tiempo para la redención antes del pitido final?